jueves, 4 de agosto de 2011


Ayer andaba suelto de nuevo por plaza Montenegro y esa cosa de cielo nublado y pájaros volando con todo ese olor a azufre que hay en el aire antes de que se largue la lluvia, me daba una sensación como de resaca dominical, de somnolencia, un alivio como de nieve, de pequeño deyabú. Y entonces pase por el local de revistas y compre la que me gusta leer cada tanto, cuando necesito volver a mis vicios tabúes, refugiarme en los objetos, volver a un terreno polivalente e incomunicable.

Reconozco que algunos elementos fetiches bohemios-burgueses me gustan, me gusta el café y si es en tasita inglesa mejor, me gustan las revistas de cultura alternativa donde te hacen sentir que entendes Foucault o Shapen solo porque comprendiste lo que Ricardo Coler insinuó al citarlos en la Editorial. Y entonces me siento tan bien… Un pequeño y frágil bienestar en mi pequeña pieza por Barrio Martin. Un ir y venir entre los recuerdos de sus ojos mirándome llenos de discusiones como de palomas o como de amaneceres y la tranquilidad de este terminar de la lluvia. Una paz cómo de pueblo con sospechas de country, de barrio cerrado, de asesino escondiéndose en el altillo. Me gusta darme cuenta que ya no está y que no somos nada. Me gusta poder arrinconarme y mirarlo sin ponerme abatido y sin que de golpe se me termine el suministro de café o desparrame el tarro de azúcar por el piso y que eso me ponga patética y particularmente triste.

Ayer mientras caminaba volví a estar como liviano, volví a ver la gente pasar, a arboles pasar, a paredes pasar, todo por al lado mío, como rosándome. Volví a caer en la pequeña sensación de artificial felicidad que te da entrar a los locales comerciales y consumir esa hermosa producción hecha en serie y expuesta en off. Volví a ser un poquito mi alter ego y un poquito a olvidarme de él, a pensarlo lejos, como en otros aires. Y no, no somos nada.

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